Cerca de un tercio de los productores de uvas de Washington que respondieron a una reciente encuesta sobre problemas relacionados con las malas hierbas informan que tienen especies resistentes a los herbicidas en sus viñedos.

La resistencia al glifosato en la hierba carnicera, también conocida como erígero del Canadá, es la preocupación más común, pero a los productores también les inquieta que la coquia y el cardo ruso sean resistentes a algunos herbicidas, indicó Lynn Sosnoskie, investigadora de malas hierbas que trabajó en la Universidad Estatal de Washington en el 2017.

Los productores de árboles frutales también han encontrado hierba carnicera resistente al glifosato en la región Noroeste del Pacífico de Estados Unidos, afirmó, la cual es un problema bien documentado en California y en varias regiones del este del país.

Aún más preocupante es que existen poblaciones de hierba carnicera en California que son resistentes tanto al glifosato como al Paraquat, explicó durante su presentación sobre los resultados del estudio a la Comisión de Investigación Vinícola de Washington en enero.

Otras malas hierbas preocupantes para los productores incluyen el abrojo, la malva y el chual, los cuales son naturalmente difíciles de controlar.

“El abrojo y la malva, aunque son especies anuales, desarrollan raíces primarias profundas y pueden mostrar algunos de los rasgos de las especies perennes en el sentido de que tienen la capacidad de tolerar estrategias de control, como por ejemplo la aplicación de glifosato o la siega, más que algunas otras especies de malas hierbas más delicadas”, explicó. En cuanto al chual, “hace mucho que se sabe que existe un nivel de resistencia natural al glifosato que es bastante alto”.

La resistencia emergente o el control incompleto podría ocasionar problemas a la producción, ya que los glifosatos son, por mucho, los herbicidas más utilizados por los productores de uvas de vino de Washington.

En este momento, cerca de 80 por ciento de las personas encuestadas utilizan Roundup (glifosato) y un tercio también utiliza Aim (carfentrazona-etilo), Rely (glufosinato) o Gramoxone (Paraquat). El uso preemergente de los herbicidas no es tan común, pero 60 por ciento de los productores indicó utilizar Surflan (orizalina), Matrix (rimsulfurona), Alion (indaziflam) o Chateau (flumioxazina).

En lo que concierne al control no químico de malas hierbas, 64 por ciento de las personas encuestadas indicó que usan la labranza y 54 por ciento indicó que deshierban a mano por debajo de las espalderas. Entre las espalderas, la mayoría corta, pero 54 por ciento dice que también usan cultivos de cobertura para controlar las malas hierbas.

Sosnoskie tenía como objetivo usar el estudio para adaptar futuros proyectos de investigación a las necesidades de la industria, pero a principios de este año se mudó de regreso a California para asumir una plaza de profesor en vías de definitividad (“tenure track”). Sin embargo, los productores de uvas de vino quieren investigaciones que los ayuden a reducir el uso de herbicidas, encontrar nuevos herbicidas eficaces, evaluar el equipo de labranza y utilizar cultivos de cobertura que supriman las malas hierbas.

La lucha contra la correhuela

Incluso con la ayuda de sustancias químicas modernas, algunas malas hierbas simplemente son muy difíciles de eliminar. La correhuela, Convolvulus arvensis, ha sido una causa de frustración para los agricultores por más de 100 años, ya que sus raíces primarias pueden alcanzar hasta 9 metros (30 pies).

Estas reservas en la raíz le permiten sobrevivir las sequías y regenerarse después de que muere la planta en la superficie, explicó Lynn Sosnoskie a los productores durante la reunión de la Asociación de Uvas del Estado de Washington el pasado noviembre.

Antes del uso de herbicidas, los estudios de extensión en la región central de los Estados Unidos podían necesitar de 20 a 30 labranzas para erradicar la correhuela de un campo.

Hoy en día, los herbicidas sistémicos han mejorado grandemente el control de malas hierbas perennes como la correhuela, pero los productores todavía consiguen un control de 69 a 84 por ciento con el glifosato, dependiendo de cuando se rocía, aseguró Sosnoskie.

El hecho que la correhuela sea más susceptible en el verano, cuando florece, que en la primavera y el otoño, cuando se encuentra en proceso de desarrollar su follaje, sugiere que la misma fisiología de la hierba tiene un papel importante en la efectividad del herbicida.

Tal parece que el crecimiento vigoroso durante el verano ayuda a trasladar el glifosato a los meristemos, donde puede matar con mayor eficacia, apuntó Sosnoskie. Mientras los brotes de rizoma se mantienen latentes, el herbicida permanecerá inactivo.

“La presencia de una abundante biomasa sobre el suelo es importante, ya que necesitamos ese crecimiento para capturar el herbicida y así poder mover suficiente material al sistema radicular”, explicó. “El control durante la primavera no es tan eficaz, ya que la fuente de nutrientes (las raíces) nutre al viñedo”.

Por lo tanto, ¿cómo podrían utilizar los científicos este conocimiento sobre la fisiología de las hierbas para eliminarlas más efectivamente?

Sosnoskie indicó que utilizar las hormonas de las plantas para romper la latencia temprano podría aumentar el vigor y consumir parte de las reservas de energía, lo cual aumentaría la susceptibilidad de la correhuela al glifosato.

Los datos preliminares de un estudio llevado a cabo en Eltopia en 2017 mostraron que las hormonas en efecto incitaron un mayor crecimiento y aumentaron la eficacia del glifosato.

“Realmente eliminamos plantas y redujimos la cubierta en estas áreas con el paso del tiempo”, afirmó.

Próximamente, planifica utilizar los estudios de invernadero para determinar cuáles fitohormonas funcionan mejor, las dosis óptimas para mejorar la eficacia herbicida y el posible uso en otras especies de malas hierbas perennes como el diente de león.